La historia de una atleta olímpica que trabaja en un supermercado
La australiana Riley Day costeó su preparación de cara a los Juegos Olímpicos de Tokio trabajando en un supermercado.
La historia de la atleta australiana Riley Day fue tapa de los diarios de país oceánico cuando se supo que costeó la preparación y viajes para clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio trabajando como repositora de un supermercado.
Day fue campeona australiana en la distancia de 200 metros llanos en 2018, pero eso no alcanzó para tener sponsors o patrocinadores que le ayudaran a solventar los gastos de pretemporada o viajes a torneos internacionales.
Con ese panorama, la atleta se postuló para el puesto de repositora en una sucursal de una cadena de supermercados en Beaudesert, en la región de Scenic Rim (Queensland) y fue contratada.
Además, entrena durante tres horas, seis días a la semana. Al mismo tiempo, también comenzó a cursar la carrera Administración de Empresas, con la especialización en gestión deportiva, en la Universidad de Griffith.
El rendimiento en Tokio
En la cita olímpica, Riley finalizó en el puesto 12 de la clasificación general de los 200 metros llanos, compitiendo nada menos que en la distancia de la campeona jamaiquina Shelly-Ann Fraser-Pryce.
“La bala de Beaudesert”, como se la conoce, tenía como primer objetivo mejorar la marca personal, lo que logró ampliamente. Tras superar la primera etapa clasificatoria, quedó cuarta en la serie en semifinales.
A pesar de no poder acceder a la final, registró su PB (mejor tiempo personal), con un crono de 22.56. Ahora, la meta está en volver a ser la mejor de Australia y conseguir el pase a los próximos Juegos, que se harán en Francia.
“Mis principales objetivos están puestos en París 2024 y Los Ángeles 2028 que será cuando alcance mi punto máximo en la carrera de velocidad”, sostuvo en declaraciones a los medios locales.
Trabajar el domingo, un placer
A diferencia de la mayoría, para Riley Day el trabajar los domingos es algo grato, aunque tenía un motivo. Es que ayuda a John, un anciano de 90 años con ceguera avanzada. “Es como mi abuelo”, explica la atleta.
Dado que en los últimos años el cliente empezó a perder la vista, ella comenzó a colaborar en las compras y eso se transformó en un ritual. De hecho, ya se conoce la lista de todos los productos que adquiere y le tiene preparado el pedido para cuando John llega a la tienda.
Ya de vuelta en Australia, no tiene en mente dejar el trabajo: “Se han portado muy bien conmigo, incluso me pagaron el sueldo durante mi participación en los Juegos y en eventos internacionales, así que pienso seguir aquí”.